Una y otra vez el oído es el protagonista del debate, el órgano distinto, diferenciado, articulado, que produce el efecto de proximidad, de adecuación absoluta, la supresión idealizada de la diferencia orgánica.
Se trata de un órgano cuya estructura (así como el tejido que lo une con la garganta) provoca el reclamo pacificador de la indiferencia orgánica. Olvidarlo —y al hacerlo, refugiarse en la más familiar de las moradas— significa pedir a gritos el fin de los órganos, de los otros.
Jacques Derrida, Tímpano 1
Actualmente muchos estudios e investigaciones de comunicólogos, antropólogos y otros científicos de lo social enmarcan sus trabajos dentro de un paradigma que podría llamarse “influencia de la tecnología en las transformaciones socioculturales”, es decir, tratan de comprender y explicar cómo la tecnología puede cambiar el modo de percibir el mundo, lo cognitivo y, por tanto, las prácticas sociales, los hechos, lo cotidiano, el pensamiento. Incluyen en el mismo paquete los procesos de percepción, cognición y comunicación, por un lado, y los medios, artefactos y tecnologías por el otro. Por ejemplo, Marshall McLuhan y Edward T. Hall2 hacían referencia a la influencia de los medios electrónicos en el cambio de la percepción cultural del espacio, y no sólo compartían este interés por el espacio, por cómo se percibe y por cómo se transforma; ambos entendían también que toda tecnología es una extensión del cuerpo y de la mente del ser humano, que en el análisis de la comunicación humana se debe tener en cuenta que los medios tecnológicos, entendidos como ambientes en sí mismos, son agentes que tienden a transformar la propia percepción humana y, en consecuencia, la cultura. Estas tecnologías creadas por el ser humano no son sólo extensiones del organismo, de su cuerpo, también se convierten en amputaciones sobre este cuerpo, es decir, cada vez que el ser humano sufre un cambio adaptativo como consecuencia de la creación de una nueva tecnología o medio, ocurre una experiencia dolorosa en el organismo.
Si aplicamos la perspectiva histórica y hacemos un ejercicio de memoria, es fácil darse cuenta de que el invento de la imprenta en el siglo XII está muy lejos cronológicamente del invento del fonógrafo (prácticamente en el siglo XX). Son casi ocho siglos de hegemonía de lo visual sobre lo sonoro. La imprenta permitió conservar el pensamiento escrito y la imagen, ejerciendo como tecnología para su difusión. Transformó un ambiente sonoro en un ambiente visual y al hacerlo cambió también la forma de percibir el mundo en la sociedad occidental. Al ser capaz de generar numerosas copias de un escrito, promovió un sentido de identidad privada e inició un proceso de anulación de la palabra hablada, es decir: transformó de forma traumática el modo de ver el mundo (de verlo con los ojos), asestando un duro golpe al oido, y no fue hasta la aparición del fonógrafo cuando se produjo este otro cambio, también traumático, acerca de cómo oírlo; han tenido que pasar esos ocho siglos para lograrlo.
Mientras la visión es síntesis, la audición es holística. Con la vista, el ser humano sintetiza la experiencia, aprende al ver y lo que aprende influye en lo que ve. La distinción entre campo visual y mundo visual responde a esta interrelación, implica por tanto una diferenciación entre lo que se ve y lo que se percibe (se interioriza). La visión sintetiza, selecciona, y la selección está mediada por la percepción, que a su vez está mediada por la cultura. Al analizar el medio de la imprenta como una nueva tecnología se descubrió el impacto que tuvo en la sociedad la transición de la oralidad a la mecanización de la escritura, el fuerte impacto de este invento sobre la escucha y sus bondades.
Pero, afortunadamente, hoy las nuevas tecnologías aplicadas a los medios de comunicación han vuelto a construir un espacio acústico que, al ser virtual, conlleva otra serie de implicaciones socioculturales. Al ser amputada la síntesis propia de la visión, el sentido que se extiende es el del oído, cuyas características esenciales, tanto físicas como culturales, no han sido cabalmente estudiadas en este contexto.
Volviendo al tándem Hall/McLuhan, el primero explicaba el espacio acústico y el visual en relación a sus características fisiológicas, y el segundo lo hacía a partir de sus características históricas y culturales. Lo visual enfatiza el razonamiento cuantitativo regido por el hemisferio izquierdo del cerebro, crea una imagen monolítica y lineal de la civilización occidental, promueve la lógica y el pensamiento racional, los aspectos cuantitativos de la existencia humana. Mientras que lo acústico, regido por el hemisferio derecho, crea un pensamiento cualitativo, se basa en el holismo, no en un centro cardinal sino en varios centros que producen diversidad enfatizando esos aspectos cualitativos de la humanidad. Científicos como la inglesa Diana Deutsch, afincada en California, han demostrado que el mismo hemisferio que se encarga de gestionar la felicidad o el deseo sexual, se encarga también de procesar la escucha. También lo han hecho Richard E. Cytowic (neurólogo y finalista de un Pulitzer) o Jeff Hawkins (Redwood Neurosciences Institute, California). No parece muy descabellado pensar que si ejercitamos la escucha, (luchando contra ese oculo-centrismo propio del pensamiento occidental), estaremos estimulando los aspectos cualitativos de la existencia humana, esos que tanto, y cada vez más, escasean. Veamos a que nos referimos cuando hablamos del oculo-centrismo occidental.
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